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jueves, 20 de diciembre de 2012

La situación actual: posibilidades y propuestas

El mundo social que nos rodea asemeja al borde de estallar: la certeza del inminente rescate total de la economía española, junto con un repunte y recrudecimiento de las luchas sociales, parece abrir nuevas posibilidades para la praxis transformadora. Y, al tiempo, algunos cauces de la movilización de masas previa dan muestras de agotamiento, atravesados muchas veces por la recomposición de las mezquindades propias de la izquierda antagonista de las décadas pasadas. Los enfrentamientos mutuos han vuelto a renacer, al calor del reflujo veraniego y de cierta sensación de hartazgo ante lo poco que, a los ojos de generaciones que apenas han conocido el esfuerzo necesario para operar una auténtica lucha social, se habría conseguido con las movilizaciones anteriores.
La presión sigue ascendiendo, pero la situación muestra síntomas de bloqueo, dado que la masa crítica que se ha conseguido movilizar con este paradigma de lucha no alcanza la intensidad o la masividad suficientes para imprimir su sello a los derroteros de la vida y, sobre todo, a las decisiones políticas de una clase dirigente firmemente aposentada, pese a sus vaivenes y fracturas internas. Las posibilidades de ruptura y desbloqueo de la situación, a mi modo de ver, que han sido ensayadas en distintos lugares o momentos, podrían resumirse en las siguientes, que van a ser analizadas con cierta profundidad:

La vía electoral
La posibilidad de una victoria electoral de una izquierda mínimamente consecuente, al estilo de lo intentado por Syriza en Grecia, parece claramente bloqueada en estos momentos en el Estado Español. Y el motivo de ello no ha de buscarse sólo en el generalizado hartazgo con los políticos del conjunto de la ciudadanía, sino que deriva de tres elementos principales:
a) Un régimen electoral especialmente diseñado para ello, que configura un escenario radicalmente antidemocrático en el que es prácticamente imposible afirmar una alternativa al bipartidismo mandante.
b) Que el partido que, previsiblemente, debería jugar el papel de la Syriza hispánica (Izquierda Unida) no da muestra alguna de tan siquiera desearlo. Pese a las dignas voces desobedientes de su interior, lo cierto es que IU no parece decidirse a una posición política clara de rechazo incondicional de los recortes, sino todo lo contrario, ha demostrado públicamente estar dispuesta a prescindir de esa dinámica a cambio de la participación en magras cuotas de poder. La historia de un partido firmemente ligado a las derivas cada vez más autoritarias del régimen juancarlista no parece dar mucho pábulo a las posibilidades de construcción de una alternativa que, necesariamente, debería adoptar una posición de ruptura con una arquitectura constitucional que ha sido transformada para, de hecho, impedir toda política progresista.
c) En todo caso, nos engañaríamos si no fuéramos conscientes de los límites intrínsecos a toda estrategia parlamentaria: formar gobierno u obtener diputados no implica tomar el poder. La capacidad de decisión de los mercados, y las posibilidades de imponer sus decisiones al conjunto social, no sufrirían mucho por la existencia de una bancada anti-recortes; y un gobierno claramente posicionado contra los Planes de Ajuste estaría en una situación de eterna debilidad, sometido a la tentación constante de abandonar la dinámica de las luchas sociales para estabilizar y dar “respetabilidad” a una opción en la picota, erosionando su propia base social.
Porque ese es el problema esencial a resolver: no importa tanto si se construye o no una alternativa parlamentaria, que siempre ha de tener una simple utilidad defensiva frente a las más directas agresiones de los poderes financieros globalizados. Lo importante es si ello implica abandonar o dejar en segundo plano las luchas sociales. Ya hay en Grecia quien apunta la posibilidad de que el reforzamiento de la ultraderecha esté relacionado con el abandono de las calles por la izquierda, más ocupada en desarrollar campañas electorales, presuntamente esperanzadoras. La estrategia electoral no puede dibujarse como única o principal, se vea útil o no. Lo esencial está en la movilización constante de las masas y en su reforzamiento, capacitación y organización crecientes.
Y ello nos lleva a la siguiente posibilidad de desbloqueo:

La toma de las calles
Esta sería la vía propia del 15-M y de los movimientos ciudadanos más recientes. Ha mostrado sus grandes posibilidades cuando se alcanza la masividad suficiente o se desarrolla paralela a la realización de actividades de acción directa (como las llevadas a cabo por el SAT éste verano). También es la que parece haber afirmado sus límites, en su forma actual, de manera más evidente: podemos manifestarnos hasta el infinito. Basta que no nos hagan caso. La legitimidad del poder en la sociedad del espectáculo se construye de otra manera, y los medios de comunicación masivos siguen estando en manos de los mismos.
Además, la dinámica de las calles pone otro asunto en el centro de la reflexión: la brutal y exasperante espiral acción-represión. Tomar las calles implica poner los cuerpos al alcance de la violencia de las fuerzas represivas, piensen los que piensen sus miembros individuales. Y el movimiento, sinceramente, ha demostrado poca capacidad para defender a quienes han aceptado poner el cuerpo en las acciones de desobediencia pacífica realizadas. El casi vergonzante silencio que acompaña los procesos judiciales y administrativos a los desobedientes, o la absoluta pasividad mostrada respecto a la represión del intento de acampar el pasado 12 de marzo, muestran límites reales y tristemente efectivos a la solidaridad imprescindible para enfrentar oleadas represivas.
Por otra parte, la estrategia de las calles también tiene sus propios límites: podemos ser miles o cientos de miles en Sol. Nada cambiará si alrededor la vida social y productiva continúa con absoluta normalidad. Unos minutos de prime-time televisivo no van a obligar al Estado y el Capital a renunciar a su asalto actual. Necesitamos más cosas.
En todo caso, la estrategia de las calles podría mostrar tres vías de desarrollo: no perder la masividad y no volver al mundo autorreferencial y testimonial de la izquierda anterior, lo que sólo puede garantizarse conformando una alianza social suficientemente amplia y, por lo tanto, renunciando al sectarismo; acompañarse de actividades de desobediencia civil y acción directa pacíficas, como las llevadas a cabo por el SAT en los últimos meses, para forzar alternativas reales al sufrimiento pasivo de los recortes por parte de la ciudadanía; y encarar seriamente la represión con la organización de una solidaridad efectiva, lo que será inmediatamente dificultado por el poder mediante la generación de divisiones artificiales (como aquella tristemente famosa entre “okupas buenos” y “okupas malos”, de los noventa) que imposibiliten el apoyo mutuo.
Nos queda otra alternativa:

La lucha laboral. La Huelga General
Como ya hemos indicado, la experiencia del 15-M nos enseña una cosa: no importa cuantos seamos en la Puerta del Sol, ni si el telediario nos saca o no, si al exterior de la burbuja contestataria todo sigue funcionando, nada cambiará. No es creíble que podamos realizar una “revolución de colores”: los grandes poderes mediáticos y financieros no están de nuestra parte, horadando subrepticiamente los subterráneos del aparato del poder.
Por otra parte, las luchas laborales han sido siempre básicas en todos los grandes procesos de cambio, incluso en los más recientes: las huelgas de los trabajadores y trabajadoras textiles de Mahalla fueron una de las puntillas que terminaron de doblegar la resistencia a irse de Mubarak, en Egipto.
Además, la organización laboral se ha mostrado esencial y estratégica a la hora de hacer frente a los recortes en los servicios públicos. Es la resistencia, muchas veces activa, de las distintas “Mareas” de trabajadores de lo público, el principal dique que, más mal que bien, sigue conteniendo los más radicales efectos de los ajustes.
Por supuesto, esta estrategia, centrada en la posible construcción de una o varias Huelgas Generales que abarquen todos los ramos de producción y hagan confluir todas las luchas hasta el momento dispersas, tiene también sus limitaciones:
a) En primer lugar, la estructura laboral, como hemos indicado en otros textos en esta misma revista, ha mutado profundamente en las últimas décadas, conformándose una enorme bolsa de precariedad que, en el marco de un Derecho del Trabajo hiper-flexibilizado, deja en una radical situación de debilidad al proletariado. Los trabajadores de contratas, subcontratas, ETT’s, con contratos temporales y una relación lábil con el puesto de trabajo (rotando aceleradamente entre el empleo basura y el desempleo) difícilmente pueden utilizar los mecanismos clásicos de la lucha obrera y sindical, sin un apoyo externo, que debería tener plasticidad territorial. Su estatus de profunda vulnerabilidad en la empresa, les coloca en una situación muy complicada a la hora de la praxis de la huelga, si no aparece un decidido apoyo externo y barrial.
b) Además, la actitud y formas de funcionar del sindicalismo mayoritario han contribuido muy poderosamente al desarme ideológico y organizativo de la clase trabajadora. No es un exabrupto, sino una opinión compartida por la casi totalidad del activismo proletario de base: CCOO y UGT se han convertido en los “apaga-fuegos” oficiales de los últimos tiempos. Lo que, menos paradójicamente de lo que parecería, ha contribuido también a debilitarles como interlocutores con el poder. Mientras se dirijan las luchas laborales de esta manera (mientras las dirijan, de hecho, una capa de “cuadros medios” profundamente empapados del universo de la negociación previa y el chalaneo con las condiciones laborales) poco se puede hacer. Construir una alternativa sindical es una necesidad cada vez más imperiosa.
c) Por otra parte, una radical ideología anti-trabajo y contraria a todo lo que huela a sindicalismo o a lucha laboral ha permeado incluso los ámbitos más militantes. Es algo que viene reproduciéndose en las últimas décadas, sobrepasando la legítima crítica a los aspectos más involucionistas del mundo sindical. Una sociedad opulenta generó el mito del fin inmediato del trabajo. Una sociedad precaria allanó el camino de la desvinculación del mundo laboral. Ambos mitos juntos han generado la falsa idea de que todo lo que huela a defender las condiciones productivas es algo “viejuno” y marchito, posibilitando la más triunfal ofensiva patronal de los últimos tiempos. Si se abandonan las trincheras, no es de extrañar que el enemigo avance.
En todo caso, la lucha sindical muestra también numerosas posibilidades, con la construcción y debate de nuevas fórmulas para hacer participar en las huelgas a los precarios y desempleados (como las Oficinas Precarias o la plasticidad territorial) o los, cada vez más evidentes, intento de confluencia y unidad de acción del sindicalismo combativo y de clase (a este respecto es paradigmática la febril actividad de la confluencia de los sindicatos “rojinegros”, CNT, CGT y Solidaridad Obrera). Además, cada vez hay más interés social por una vía que ha resucitado en el imaginario colectivo al calor de la resistencia creciente de los trabajadores de lo público. Habrá que estar atentos.
Así pues, hemos planteado las tres principales vías de desbloqueo de la situación, así como sus limitaciones y posibilidades, o lo que, al menos, vemos como tales.
Permítasenos ahora proponer una serie de ejes que encontramos esenciales a la hora de desarrollar un movimiento social coherente y preparado para recorrer las sendas abiertas en dichas vías. Estos son los ejes:

La alianza
La única posibilidad real de cambio, conociendo la arquitectura de los elementos que se mueven a día de hoy en el mundo contestatario es construir una Alianza Social amplia y extensa, que abarque a todos los sectores sometidos a la ofensiva neoliberal. Eso, como hemos dicho otras veces, implica renunciar a nuestro sectarismo y a nuestro dogmatismo, pero también hacer esfuerzos claros y expresos para la confluencia, profundización y coordinación de las luchas. Además, implica también llegar a los sectores de la pequeña burguesía que, sometidos a un proceso de proletarización creciente, no son capaces, sin embargo, de pensar la situación desde una perspectiva de ruptura democrática, y siguen esperando la “mano fuerte” que les salve. Los pequeños comerciantes que sufren la libertad de horarios (y que trasladan dicho sufrimiento a sus empleados), los profesionales atrapados en un mundo abruptamente liberalizado, deben confluir con el proletariado y el precariado, pese a lo que nos pese a los que siempre hemos partido de un discurso de clase que no debe ser abandonado, ni mucho menos, pero sí cohonestado con las necesidades inmediatas de la situación.

Organizar
No basta con la asamblea (aunque sea imprescindible), la confluencia espontánea o el grupo de Facebook o de N-1. Es el momento de construir organización. Organización capaz de enfrentar las oleadas represivas y de levantar protestas constantes. Organización, también, presta a generar los espacios necesarios para producir un pensamiento al nivel de sofisticación que impone la situación.
Habrá que construirla a distintos niveles: uno amplio y general, donde nos encontremos todos, y otros más sectoriales o específicos, más marcados por las instancias ideológicas o de clase. Pero habrá que construirla. Pensar que sólo cabe espacio para la espontaneidad, y que todo lo demás es “alienante” o “vanguardista” de manera necesaria, es olvidar, también, que no sólo existen los momentos de flujo y de movilización, sino también las expresiones de la represión, del conflicto y del reflujo.

Capacitar
Construir organización implica construir conocimiento y análisis. Y ello implica liberar las capacidades de los militantes y activistas sociales. Hacerles capaces de hacer todo lo que podrían hacer. Hacerles desarrollar todas sus posibilidades técnicas, humanísticas y prácticas. Eso impone expandir los mecanismos de socialización del conocimiento y ponerlos a disposición de las multitudes. Llevar la academia o la investigación-acción militante a los barrios y los tajos. Socializar las posibilidades de generar un pensamiento en común que alcance a ser lo bastante sofisticado para hacer frente a un mundo cada vez más complejo.

Producir
Producir un mundo nuevo. Además de las luchas, de la confrontación con las estrategias del poder, es necesario ir construyendo, desde ya, en los espacios donde se pueda, la arquitectura de la sociedad futura.
Generar autogestión, experiencias compartidas, vincular los distintos ámbitos que, ya hoy, la producen. Desde las cooperativas integrales a los comedores populares, desde las escuelas libres a la banca ética.
Producir la alternativa es generar en el imaginario social un reflejo de lo que podría ser, de lo que, de hecho, puede vivirse. No es baladí la construcción, paralela a las luchas, de una propuesta coherente de organización de una sociedad transformada.

Y, por supuesto, luchar
Luchar mucho, siempre. Hacer frente a los Planes de Ajuste, frenar los Memorandums. Crear una cultura de lucha continua y reivindicación constante.
Hemos planteado distintas posibilidades de desbloqueo de una situación que podría volverse cada vez más dramática. Hemos planteado, también, distintos ejes para la acción. Por supuesto, no tenemos necesariamente la razón y la verdad de nuestro lado, y nuestro análisis puede adolecer de todo tipo de fallas. Ha sido presentado aquí para ser discutido. Esperamos (pero no sentados) que lo sea.
Recordemos, a este respecto, que quien da lo que tiene, no está obligado a más.

 José Luis Carretero Miramar / Portal OACA

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