El mundo social que nos rodea asemeja al borde de
estallar: la certeza del inminente rescate total de la economía española, junto
con un repunte y recrudecimiento de las luchas sociales, parece abrir nuevas
posibilidades para la praxis transformadora. Y, al tiempo, algunos cauces de la
movilización de masas previa dan muestras de agotamiento, atravesados muchas
veces por la recomposición de las mezquindades propias de la izquierda
antagonista de las décadas pasadas. Los enfrentamientos mutuos han vuelto a
renacer, al calor del reflujo veraniego y de cierta sensación de hartazgo ante
lo poco que, a los ojos de generaciones que apenas han conocido el esfuerzo
necesario para operar una auténtica lucha social, se habría conseguido con las
movilizaciones anteriores.
La presión sigue ascendiendo, pero la situación
muestra síntomas de bloqueo, dado que la masa crítica que se ha conseguido
movilizar con este paradigma de lucha no alcanza la intensidad o la masividad
suficientes para imprimir su sello a los derroteros de la vida y, sobre todo, a
las decisiones políticas de una clase dirigente firmemente aposentada, pese a
sus vaivenes y fracturas internas. Las posibilidades de ruptura y desbloqueo de
la situación, a mi modo de ver, que han sido ensayadas en distintos lugares o
momentos, podrían resumirse en las siguientes, que van a ser analizadas con
cierta profundidad:
La vía electoral
La posibilidad de una victoria electoral de una
izquierda mínimamente consecuente, al estilo de lo intentado por Syriza en
Grecia, parece claramente bloqueada en estos momentos en el Estado Español. Y el
motivo de ello no ha de buscarse sólo en el generalizado hartazgo con los
políticos del conjunto de la ciudadanía, sino que deriva de tres elementos
principales:
a) Un régimen electoral especialmente diseñado
para ello, que configura un escenario radicalmente antidemocrático en el que es
prácticamente imposible afirmar una alternativa al bipartidismo mandante.
b) Que el partido que, previsiblemente, debería
jugar el papel de la Syriza hispánica (Izquierda Unida) no da muestra alguna de
tan siquiera desearlo. Pese a las dignas voces desobedientes de su interior, lo
cierto es que IU no parece decidirse a una posición política clara de rechazo
incondicional de los recortes, sino todo lo contrario, ha demostrado
públicamente estar dispuesta a prescindir de esa dinámica a cambio de la
participación en magras cuotas de poder. La historia de un partido firmemente
ligado a las derivas cada vez más autoritarias del régimen juancarlista no
parece dar mucho pábulo a las posibilidades de construcción de una alternativa
que, necesariamente, debería adoptar una posición de ruptura con una
arquitectura constitucional que ha sido transformada para, de hecho, impedir
toda política progresista.
c) En todo caso, nos engañaríamos si no fuéramos
conscientes de los límites intrínsecos a toda estrategia parlamentaria: formar
gobierno u obtener diputados no implica tomar el poder. La capacidad de decisión
de los mercados, y las posibilidades de imponer sus decisiones al conjunto
social, no sufrirían mucho por la existencia de una bancada anti-recortes; y un
gobierno claramente posicionado contra los Planes de Ajuste estaría en una
situación de eterna debilidad, sometido a la tentación constante de abandonar la
dinámica de las luchas sociales para estabilizar y dar “respetabilidad” a una
opción en la picota, erosionando su propia base social.
Porque ese es el problema esencial a resolver: no
importa tanto si se construye o no una alternativa parlamentaria, que siempre ha
de tener una simple utilidad defensiva frente a las más directas agresiones de
los poderes financieros globalizados. Lo importante es si ello implica abandonar
o dejar en segundo plano las luchas sociales. Ya hay en Grecia quien apunta la
posibilidad de que el reforzamiento de la ultraderecha esté relacionado con el
abandono de las calles por la izquierda, más ocupada en desarrollar campañas
electorales, presuntamente esperanzadoras. La estrategia electoral no puede
dibujarse como única o principal, se vea útil o no. Lo esencial está en la
movilización constante de las masas y en su reforzamiento, capacitación y
organización crecientes.
Y ello nos lleva a la siguiente posibilidad de
desbloqueo:
La toma de las calles
Esta sería la vía propia del 15-M y de los
movimientos ciudadanos más recientes. Ha mostrado sus grandes posibilidades
cuando se alcanza la masividad suficiente o se desarrolla paralela a la
realización de actividades de acción directa (como las llevadas a cabo por el
SAT éste verano). También es la que parece haber afirmado sus límites, en su
forma actual, de manera más evidente: podemos manifestarnos hasta el infinito.
Basta que no nos hagan caso. La legitimidad del poder en la sociedad del
espectáculo se construye de otra manera, y los medios de comunicación masivos
siguen estando en manos de los mismos.
Además, la dinámica de las calles pone otro
asunto en el centro de la reflexión: la brutal y exasperante espiral
acción-represión. Tomar las calles implica poner los cuerpos al alcance de la
violencia de las fuerzas represivas, piensen los que piensen sus miembros
individuales. Y el movimiento, sinceramente, ha demostrado poca capacidad para
defender a quienes han aceptado poner el cuerpo en las acciones de desobediencia
pacífica realizadas. El casi vergonzante silencio que acompaña los procesos
judiciales y administrativos a los desobedientes, o la absoluta pasividad
mostrada respecto a la represión del intento de acampar el pasado 12 de marzo,
muestran límites reales y tristemente efectivos a la solidaridad imprescindible
para enfrentar oleadas represivas.
Por otra parte, la estrategia de las calles
también tiene sus propios límites: podemos ser miles o cientos de miles en Sol.
Nada cambiará si alrededor la vida social y productiva continúa con absoluta
normalidad. Unos minutos de prime-time televisivo no van a obligar al Estado y
el Capital a renunciar a su asalto actual. Necesitamos más cosas.
En todo caso, la estrategia de las calles podría
mostrar tres vías de desarrollo: no perder la masividad y no volver al mundo
autorreferencial y testimonial de la izquierda anterior, lo que sólo puede
garantizarse conformando una alianza social suficientemente amplia y, por lo
tanto, renunciando al sectarismo; acompañarse de actividades de desobediencia
civil y acción directa pacíficas, como las llevadas a cabo por el SAT en los
últimos meses, para forzar alternativas reales al sufrimiento pasivo de los
recortes por parte de la ciudadanía; y encarar seriamente la represión con la
organización de una solidaridad efectiva, lo que será inmediatamente dificultado
por el poder mediante la generación de divisiones artificiales (como aquella
tristemente famosa entre “okupas buenos” y “okupas malos”, de los noventa) que
imposibiliten el apoyo mutuo.
Nos queda otra alternativa:
La lucha laboral. La Huelga
General
Como ya hemos indicado, la experiencia del 15-M
nos enseña una cosa: no importa cuantos seamos en la Puerta del Sol, ni si el
telediario nos saca o no, si al exterior de la burbuja contestataria todo sigue
funcionando, nada cambiará. No es creíble que podamos realizar una “revolución
de colores”: los grandes poderes mediáticos y financieros no están de nuestra
parte, horadando subrepticiamente los subterráneos del aparato del poder.
Por otra parte, las luchas laborales han sido
siempre básicas en todos los grandes procesos de cambio, incluso en los más
recientes: las huelgas de los trabajadores y trabajadoras textiles de Mahalla
fueron una de las puntillas que terminaron de doblegar la resistencia a irse de
Mubarak, en Egipto.
Además, la organización laboral se ha mostrado
esencial y estratégica a la hora de hacer frente a los recortes en los servicios
públicos. Es la resistencia, muchas veces activa, de las distintas “Mareas” de
trabajadores de lo público, el principal dique que, más mal que bien, sigue
conteniendo los más radicales efectos de los ajustes.
Por supuesto, esta estrategia, centrada en la
posible construcción de una o varias Huelgas Generales que abarquen todos los
ramos de producción y hagan confluir todas las luchas hasta el momento
dispersas, tiene también sus limitaciones:
a) En primer lugar, la estructura laboral, como
hemos indicado en otros textos en esta misma revista, ha mutado profundamente en
las últimas décadas, conformándose una enorme bolsa de precariedad que, en el
marco de un Derecho del Trabajo hiper-flexibilizado, deja en una radical
situación de debilidad al proletariado. Los trabajadores de contratas,
subcontratas, ETT’s, con contratos temporales y una relación lábil con el puesto
de trabajo (rotando aceleradamente entre el empleo basura y el desempleo)
difícilmente pueden utilizar los mecanismos clásicos de la lucha obrera y
sindical, sin un apoyo externo, que debería tener plasticidad territorial. Su
estatus de profunda vulnerabilidad en la empresa, les coloca en una situación
muy complicada a la hora de la praxis de la huelga, si no aparece un decidido
apoyo externo y barrial.
b) Además, la actitud y formas de funcionar del
sindicalismo mayoritario han contribuido muy poderosamente al desarme ideológico
y organizativo de la clase trabajadora. No es un exabrupto, sino una opinión
compartida por la casi totalidad del activismo proletario de base: CCOO y UGT se
han convertido en los “apaga-fuegos” oficiales de los últimos tiempos. Lo que,
menos paradójicamente de lo que parecería, ha contribuido también a debilitarles
como interlocutores con el poder. Mientras se dirijan las luchas laborales de
esta manera (mientras las dirijan, de hecho, una capa de “cuadros medios”
profundamente empapados del universo de la negociación previa y el chalaneo con
las condiciones laborales) poco se puede hacer. Construir una alternativa
sindical es una necesidad cada vez más imperiosa.
c) Por otra parte, una radical ideología
anti-trabajo y contraria a todo lo que huela a sindicalismo o a lucha laboral ha
permeado incluso los ámbitos más militantes. Es algo que viene reproduciéndose
en las últimas décadas, sobrepasando la legítima crítica a los aspectos más
involucionistas del mundo sindical. Una sociedad opulenta generó el mito del fin
inmediato del trabajo. Una sociedad precaria allanó el camino de la
desvinculación del mundo laboral. Ambos mitos juntos han generado la falsa idea
de que todo lo que huela a defender las condiciones productivas es algo
“viejuno” y marchito, posibilitando la más triunfal ofensiva patronal de los
últimos tiempos. Si se abandonan las trincheras, no es de extrañar que el
enemigo avance.
En todo caso, la lucha sindical muestra también
numerosas posibilidades, con la construcción y debate de nuevas fórmulas para
hacer participar en las huelgas a los precarios y desempleados (como las
Oficinas Precarias o la plasticidad territorial) o los, cada vez más evidentes,
intento de confluencia y unidad de acción del sindicalismo combativo y de clase
(a este respecto es paradigmática la febril actividad de la confluencia de los
sindicatos “rojinegros”, CNT, CGT y Solidaridad Obrera). Además, cada vez hay
más interés social por una vía que ha resucitado en el imaginario colectivo al
calor de la resistencia creciente de los trabajadores de lo público. Habrá que
estar atentos.
Así pues, hemos planteado las tres principales
vías de desbloqueo de la situación, así como sus limitaciones y posibilidades, o
lo que, al menos, vemos como tales.
Permítasenos ahora proponer una serie de ejes que
encontramos esenciales a la hora de desarrollar un movimiento social coherente y
preparado para recorrer las sendas abiertas en dichas vías. Estos son los
ejes:
La alianza
La única posibilidad real de cambio, conociendo
la arquitectura de los elementos que se mueven a día de hoy en el mundo
contestatario es construir una Alianza Social amplia y extensa, que abarque a
todos los sectores sometidos a la ofensiva neoliberal. Eso, como hemos dicho
otras veces, implica renunciar a nuestro sectarismo y a nuestro dogmatismo, pero
también hacer esfuerzos claros y expresos para la confluencia, profundización y
coordinación de las luchas. Además, implica también llegar a los sectores de la
pequeña burguesía que, sometidos a un proceso de proletarización creciente, no
son capaces, sin embargo, de pensar la situación desde una perspectiva de
ruptura democrática, y siguen esperando la “mano fuerte” que les salve. Los
pequeños comerciantes que sufren la libertad de horarios (y que trasladan dicho
sufrimiento a sus empleados), los profesionales atrapados en un mundo
abruptamente liberalizado, deben confluir con el proletariado y el precariado,
pese a lo que nos pese a los que siempre hemos partido de un discurso de clase
que no debe ser abandonado, ni mucho menos, pero sí cohonestado con las
necesidades inmediatas de la situación.
Organizar
No basta con la asamblea (aunque sea
imprescindible), la confluencia espontánea o el grupo de Facebook o de N-1. Es
el momento de construir organización. Organización capaz de enfrentar las
oleadas represivas y de levantar protestas constantes. Organización, también,
presta a generar los espacios necesarios para producir un pensamiento al nivel
de sofisticación que impone la situación.
Habrá que construirla a distintos niveles: uno
amplio y general, donde nos encontremos todos, y otros más sectoriales o
específicos, más marcados por las instancias ideológicas o de clase. Pero habrá
que construirla. Pensar que sólo cabe espacio para la espontaneidad, y que todo
lo demás es “alienante” o “vanguardista” de manera necesaria, es olvidar,
también, que no sólo existen los momentos de flujo y de movilización, sino
también las expresiones de la represión, del conflicto y del reflujo.
Capacitar
Construir organización implica construir
conocimiento y análisis. Y ello implica liberar las capacidades de los
militantes y activistas sociales. Hacerles capaces de hacer todo lo que podrían
hacer. Hacerles desarrollar todas sus posibilidades técnicas, humanísticas y
prácticas. Eso impone expandir los mecanismos de socialización del conocimiento
y ponerlos a disposición de las multitudes. Llevar la academia o la
investigación-acción militante a los barrios y los tajos. Socializar las
posibilidades de generar un pensamiento en común que alcance a ser lo bastante
sofisticado para hacer frente a un mundo cada vez más complejo.
Producir
Producir un mundo nuevo. Además de las luchas, de
la confrontación con las estrategias del poder, es necesario ir construyendo,
desde ya, en los espacios donde se pueda, la arquitectura de la sociedad
futura.
Generar autogestión, experiencias compartidas,
vincular los distintos ámbitos que, ya hoy, la producen. Desde las cooperativas
integrales a los comedores populares, desde las escuelas libres a la banca
ética.
Producir la alternativa es generar en el
imaginario social un reflejo de lo que podría ser, de lo que, de hecho, puede
vivirse. No es baladí la construcción, paralela a las luchas, de una propuesta
coherente de organización de una sociedad transformada.
Y, por supuesto, luchar
Luchar mucho, siempre. Hacer frente a los Planes
de Ajuste, frenar los Memorandums. Crear una cultura de lucha continua y
reivindicación constante.
Hemos planteado distintas posibilidades de
desbloqueo de una situación que podría volverse cada vez más dramática. Hemos
planteado, también, distintos ejes para la acción. Por supuesto, no tenemos
necesariamente la razón y la verdad de nuestro lado, y nuestro análisis puede
adolecer de todo tipo de fallas. Ha sido presentado aquí para ser discutido.
Esperamos (pero no sentados) que lo sea.
Recordemos, a este respecto, que quien da lo que
tiene, no está obligado a más.
José Luis Carretero Miramar / Portal OACA