"Nos metieron piedras en la mochila"
"He seguido el 29S desde casa, por Internet, con mucha emoción", dice Gabriel, con una brecha en la cabeza
Denuncian maltrato y tachan de falsas las acusaciones que les imputan
Nos citamos el sábado 29-S en la Plaza Tirso de Molina de Madrid.
-¿Cómo estáis?, les pregunto al verles.
-Con mucha rabia, muy enfadada, pero a la vez muy agradecida ante tantos gestos de solidaridad --contesta de inmediato Ainhoa.
Gabriel es ingeniero de telecomunicaciones. Ainhoa, comerciante y madre
de dos hijas. Gabriel se acerca y le veo una marca en la cabeza cosida
con seis grapas.
-Es uno de los golpes que me dio la policía con la porra.
Entramos en un bar y comenzamos a charlar. Durante tres horas, sin
apenas descanso, relatan su arresto, el paso por los calabozos, la
angustia del aislamiento, denuncian malos tratos. Ainhoa no puede evitar
las lágrimas en un par de ocasiones:
-Pero nunca lloré delante de los polis.
La conversación fluye sola y sirve para que se cuenten sus experiencias
en las celdas de la comisaría de Moratalaz. Dan importancia al más
mínimo detalle.
Ainhoa:
Yo estuve en una celda de aislamiento, sola con otra compañera. La
puerta era opaca, solo entraba la luz por una ventana ojo de buey.
Gritábamos pero no nos oían. Así estuve los dos días. Como teníamos un
wáter dentro, no nos permitían salir para nada. Gritaba tu nombre, Gabi,
pero no me oías.
Gabriel:
Es que yo estaba en el otro pasillo. En mi celda éramos siete y tenía
rejas. Aunque las condiciones eran muy malas. Dormíamos en colchonetas,
nos dieron siempre fabada de comer, solo fabada y galletas, sin agua, el
agua nos la daban cuando salíamos al baño, imagínate la sed. A mí me
negaron medicación. Pedí analgésicos, y nunca me los dieron. En una de
las salidas al baño un poli me dijo con sorna:
“Si, claro, abro la bolsa, meto la mano, saco una pastilla y te la
tomas”. Insistí, pero no me los dio. Pedí asistencia médica y otro me la
negó. Tengo su número de identificación.
La detención
Aún nerviosos, con las emociones a flor de piel, van recomponiendo lo
ocurrido en la noche del 25-S, cuando fueron arrestados en el Paseo del
Prado de Madrid, cerca de la plaza Cibeles. Gabi retransmitió en directo
su detención, a través de su teléfono móvil (
se puede ver aquí).
En la grabación se oye cómo un policía les dice: "¡Al suelo, al puto
suelo!". Poco después, un facultativo del Samur advierte que Gabi está
herido: "Hay que ponerle grapas y al hospital, al hospital".
Ainhoa:
No hicimos nada. Habíamos estado en la manifestación, siempre sentadas,
desde las siete de la tarde. Ya nos íbamos a ir, era tarde, las doce o
así, estaba todo muy tranquilo, de hecho un grupo de gente había sacado
las cartas para jugar en Neptuno poco antes.
Gabriel:
De repente un poli dijo a otros: "Decidles que se vayan". Pero en vez
de hacer eso, optaron por rodearnos, y nos obligaron a bajar por el
Paseo del Prado hacia Cibeles, por el carril por el que pasaban coches.
Había un señor y una señora de unos cincuenta años, caminábamos, nadie
les tiró nada, todo normal, pero de repente la policía empezó a correr, y
nosotros corrimos. Luego nos paramos. Yo me acerqué a un equipo del
Samur que estaba atendiendo a un chico (se ve en la grabación). Había
una chica joven que iba con el móvil, estaba escribiendo algo, el poli
le dice no sé qué, ella contesta: "Sí, ya voy", y el policía dice:
"¿Qué, me has contestado?". "No, que ya voy", dice ella. Que no me
contestes, replica él y se acerca con la porra con un gesto que parecía
que iba a darle, así que yo avancé dos pasos grabando con el teléfono,
él se dio cuenta y retrocedió.
A: Y ahí me dijiste: Creo que acabo de salvar a esta chica de un porrazo.
G: Sí. Luego volvieron a correr otra vez, sin ninguna razón, y nosotros corrimos.
A: Pero yo decidí pararme. Vi la inmensidad de la calle, estaba
cansada, me bloqueé y paré. Recuerdo que Gabi me miró y dijo: ¿Qué
haces? Le dije: No puedo, corre tú. Ahí me cogieron y vi cómo a él le
daban un golpe en la cabeza con la porra.
G: También me dieron en el brazo.
A: Y a mí, en el brazo. Me tumbaron en el suelo, se sentaron encima mío
para esposarme, me clavaron la rodilla, yo diciendo vale, vale, vale,
vale, pero seguían clavándomela.
G:
Ahí es cuando a mí me dicen: Al suelo, al puto suelo. Fui yo el que se
puso de rodillas antes de que me dijeran eso. Nunca opuse resistencia.
Espero que alguna cámara de seguridad de la zona haya captado el momento
bien. Me tumbaron, me cogieron por la nuca, yo estaba aturdido por el
golpe en la cabeza.
Un reguero de sangre
A: Estábamos tumbados juntos sobre el asfalto, las caras a la misma
altura, entonces miro a Gabi y veo que le sale sangre de la cabeza,
mucha sangre, empieza a formarse un reguero, un charco.
G: Yo también me di cuenta en ese instante y dije: ¡Estoy herido!
‘Agachadita’
A: Nos pusieron las esposas y nos llevaron al lado de las furgonetas,
agachándonos las cabezas, mirando hacia abajo, pero muy muy agachada iba
yo, y me dijeron: "Pero no te levantes, es mejor que vayas así,
agachadita, agachadita".
G: Hicieron un
círculo en torno a nosotros, dijeron "tapadles con los escudos", nos
pusieron de rodillas y luego nos llevaron entre dos furgonetas muy
pegadas, nos daban de lleno las luces azules que parpadeaban y allí
estuvimos de rodillas todo el rato, hasta que por fin el Samur me
atiende.
A: Yo les pregunté si me
podía sentar y me dijeron que no. Cogieron mi documentación, y empezaron
a reírse de mí, se reían todo el rato de mí. Miraron la foto del DNI y
me dijeron: "Estás muy desmejorada ahora", se reían de todo, era un
trato para humillar continuamente.
Ainhoa se echa a llorar. "Es que tengo todo muy reciente aún", se
disculpa. "Y mis hijas, dos días sin ellas, sin hablar con ellas... en
fin".
Se recompone rápidamente y
añade: "Ayer mis hijas me dijeron que habían visto una peli mientras yo
estaba en la cárcel, con total normalidad. Yo les dije que era un
calabozo, no cárcel. Y ahora lo llaman la calabaza. Estuve en una
calabaza", dice sonriendo.
G: El Samur
dijo que me tenían que llevar al hospital, pero los policías me
metieron en un furgón y fui a la comisaría de Moratalaz con el resto de
detenidos.
A: Antes nos quitaron las mochilas.
G: Es verdad. Desataron las tiras para no tener que quitarnos las
esposas. Bueno, iban a cortarlas, en plan bruto, pero les dijimos que no
las rompieran, que era mejor que las desataran. No sé si fue en ese
momento cuando metieron las piedras o ya en comisaría.
A: Mientras, seguían metiéndose conmigo. Con mucha mala leche, mucho
cachondeo. Yo les decía ya vale, ya vale. Pero al menos no me vieron
llorar.
Encapuchados
G: Íbamos en el furgón esposados y sin cinturón de seguridad, dábamos
botes. Llegamos a la comisaría. Había muchos policías y muchos polis
encapuchados, poli secreta. Había un montón. Nos pusieron contra la
pared, de pie, y así estuvimos mucho tiempo, esposados. Era muy
intimidatorio.
A: Y ahí vuelven a llevarse nuestras mochilas.
G: Sí. Y es probable que en ese momento metieran las piedras. O ahí, o
si no antes, cuando nos quitaron las mochilas junto al furgón...
Se queda pensativo y continúa:
G: Después empezaron a llamarnos uno a uno. Nos decían de qué nos
acusaban, nos pedían un número de teléfono del familiar al que queríamos
que avisaran, porque nosotros no podíamos llamar a nadie, nos
preguntaban qué abogado queríamos, y nos pedían firmar un papel.
Piedras en la mochila
A: En mi caso empezaron a hacer 'inventario' de las cosas que llevaba
en mi mochila. Les dije lo que llevaba, me preguntaron si llevaba armas,
yo evidentemente dije que no, y entonces entra un poli y dice: ‘Esta es
la que tiene piedras’. Y entonces yo, que estaba abriendo la mochila
para mostrarles qué tenía, veo tres piedras. Tiro inmediatamente la
mochila en un acto reflejo y me quedo flipada. Me callé. No supe decir
más. Otro detenido me contó que un poli fuera dijo: ‘Mira la vasquita lo
que tenía’.
G: A mí me llevaron a una
habitación, tuve que cruzar un pasillo lleno de polis y encapuchados,
había tantos que se tenían que apartar para que pudiéramos pasar. En la
habitación al principio el trato fue normal. Me pidieron que me quitara
los cordones, el cinto, que sacara la cartera, el móvil. El cordón de la
sudadera no salía, intentamos sacarlo pero se atascaba, así que un poli
vino con un cuchillo grande, como un machete, y mirándome, mientras lo
sostenía en la mano, me dijo: “No te muevas, no vaya a ser que te corte
el cuello”. El tono que empleó no era amenazante, pero en ese contexto
sonaba, como mínimo, extraño. Empezaron a sacar mis pertenencias e iban
apuntando lo que sacaban. '¿Qué tienes en la mochila?', me preguntaron.
Yo les dije: un cargador, una batería que siempre llevo de repuesto,
unos cascos. Entonces abro la mochila y veo tres piedras.
A: Tres también, como yo. Qué casualidad.
G: Yo al ver eso dije: 'Vaya tela'. Resoplé, me dio la risa pero de la
angustia, y tardé un poco en reaccionar, parecía una pesadilla. Luego
dije: Tres piedras que no estaban ahí antes. Pero no podía escucharles,
me quedé en blanco. Entonces me pusieron un boli en la mano, me
acercaron a un papel, y me dijeron: ¿Quieres firmar?, mientras tapaban
la letra pequeña de la hoja. “Voy a leerlo antes”, dije. “¿Firmas o no?.
Aquí no estás para leer”, contestaron. Y no firmé. Menos mal.
A: A todo esto seguíamos siempre de pie, no dejaron sentarse a nadie,
ni a Gabi, que tenía la brecha en la cabeza y aún no le habían cosido.
G: Al cabo de un rato vinieron dos polis nacionales y me llevaron al
hospital. Antes de irnos, un antidisturbios les preguntó a qué hospital
me iban a llevar. Ellos dijeron que al Gregorio Marañón, que es el que
quedaba más cerca. El otro les dice que mejor otro hospital, no recuerdo
cuál mencionó, porque en el Gregorio ‘no siempre nos tratan muy bien’,
refiriéndose a ellos, a la poli. Pero estos me llevaron al Gregorio. En
el parte queda claro que tengo herida y golpe de porra.
A: Mientras tanto, yo estaba en la comisaría, me llevaron a una
habitación con una médica, me vio tan nerviosa que cerró la puerta, me
dolía el codo, estaba esposada, la doctora me dijo que tenía que tomar
analgésicos para el dolor, que me lo tomara en cuanto saliera de allí, y
yo ahí me puse a llorar, diciéndole que no sabía cuándo iba a salir
porque me habían colocado piedras en la mochila. Me desahogué mucho con
ella, fue muy amable.
Los calabozos
A: En torno a las cinco de la madrugada nos metieron en el calabozo. A
mí en la celda incomunicada, al fondo del todo, con una chica que tenía
varias heridas y un ojo mal. Es la chica que estaba en el bar que se ha
hecho tan famoso porque el dueño no dejó entrar a los polis. Ella salió y
la tiraron. Necesitaba atención médica, gotas en el ojo, porque le
temblaba, pero tardaron mucho en dárselas. Para que nos oyeran los polis
teníamos que pegarnos mucho al ojo de buey de la puerta, yo gritaba y
gritaba, pidiendo agua y medicinas, pero no venían nunca.
G: En mi celda, que no tenía puerta opaca, sino rejas, sí nos oían,
pero no nos hacían caso. Teníamos que gritar y gritar pidiendo agua,
medicinas, comida... Pero el agua solo era tres veces al día, la comida
siempre fue fabada, sin agua, y las medicinas nunca llegaron.
A: Acabo de acordarme que al llevarme al calabozo, dos polis leyeron mi
parte y me dijeron: “Pero si no te hemos pegado, te has caído tú
solita, esto te los has hecho tú sola”. Y luego es cuando se llevaron el
parte, y yo pensé: “A ver qué van a poner ahora”. Pregunté por mi
informe y una policía rubia me contestó: “Tú sabrás dónde lo has
puesto”. ¡Y yo estaba esposada, con las manos inmovilizadas! Esa mujer
era tremenda. Nos decía: “¿Qué creéis, que soy vuestra profesora de
matemáticas? Callaros!” Un chico preguntó si podía ir al baño y ella le
contestó: "¿Y quieres que te la sujete?” Decía cosas como “¿estáis
cansados? No os quejéis, que yo también estoy cansada, que llevo aquí
muchas horas”. Y al chico que se desmayó, le dijo luego: “Pero qué haces
sentado, nos ves a los demás sentados? Venga, de pie”.
Sin manta, sin analgésicos
G: Era tremenda. Cuando yo llegué del hospital empecé a sangrar otra
vez por la cabeza, pedí atención médica y me dijo: “Acabas de volver,
así que te aguantas, que no vas a ir otra vez”. En la celda pedí una
manta y no me la dieron, a otros sí, pero yo me quedé sin manta. Pasé
mucho frío la primera noche y mucho calor la segunda. Había un poli
amable que se preocupaba por apagarnos la luz por la noche, pero a los
dos minutos llegaba uno que tenía muy mala leche y nos la encendía.
A: Yo me derrumbé el segundo día, cuando vi que no salíamos por la
mañana. Pedí tantas veces hablar con mis hijas... pero nada, claro.
También pedí que no me dieran siempre fabada. Y me dijeron: Hay mucha
gente que no tiene ni fabada. Y yo contesté: Ya, por eso estuve ayer en
la calle manifestándome.
G: Imagínate cómo estaba mi celda, siete tipos dos días sin ducharse, comiendo solo fabada.
A: No teníamos bolígrafo, así que cogí la pegatina del paquete de la
comida, con los dientes recorté los números de la fecha de caducidad y
del código de barras para componer un pequeño puzzle con el número de
teléfono de Javier (su marido) y los pegué en la ropa de mi compañera de
celda, por si salía antes que yo, para que le llamara. Porque seguía
sin tener claro si le habían avisado o no. Y de hecho, no le avisaron
hasta las ocho y pico de la mañana del miércoles, es decir, casi nueve
horas después de mi detención.
G: En
mi celda alguna vez cantamos ‘libertad, libertad’, o ‘el pueblo unido,
jamás será vencido”. Por fin el jueves por la tarde nos trasladaron en
furgones a los juzgados de Plaza de Castilla. Tenía la sensación de que
habíamos pasado allí mucho más de dos días... qué largo se hizo.
La salida
G: El furgón que nos llevó a los juzgados estaba empapado de agua y
olía a un producto de limpieza muy fuerte, me mareé por el camino, pero
al llegar a los juzgados escuché gritos por un megáfono, por una rendija
distinguí a tres personas de la asamblea de Carabanchel que nos
esperaban, y ahí me vine arriba.
A: Y yo.
G: En los juzgados escuchamos el atestado policial. Todos nos quedamos
muy sorprendidos. Recuerdo a un hombre de cuarenta años, con americana,
pantalón de traje, que se quedó en shock al escuchar sus cargos. A mí me
acusaron de resistencia. Según el parte, yo iba como liderando a gente
para cortar el tráfico en el Paseo del Prado. Dice algo así como que la
policía nos dijo tranquilamente y de buenas maneras que nos apartáramos a
la acera. Que yo tiré piedras, que a uno le golpeé fuertemente en el
pecho, y que todos los polis vieron sin duda que era yo el que lanzaba
piedras. Que me dijeron “alto, policía!”, que fueron a retenerme, que yo
me resistí violentamente y tuvieron que emplear la fuerza justa y
necesaria para reducirme. Eso es lo que dice el atestado. No tengo
palabras.
A: Hay una chica que se puso
las manos en la cabeza cuando la detuvieron, y tiene las manos
hinchadas por eso, porque le dieron en las manos, ¡a la que acusan de
tener una maza! Es increíble.
G: En
fin. Luego nos pusieron en libertad. Yo abracé una a una a todas las
personas que conocía, al salir. Qué importante fue que estuvieran
recibiéndonos... Eran las once y media de la noche, pero allí estaban.
Por qué se manifestaron
G: ¿Por qué fui a la manifestación? Por la situación política,
económica y social. Porque hay una clase oligárquica que controla todo,
disfrazada de democracia, en la que los ciudadanos no importamos nada.
A: Yo por mis hijas. Mucha gente me dice que es mejor que me quede en
casa, porque tengo dos hijas pequeñas, pero precisamente por eso salgo,
porque mis hijas no se merecen esto.
G: Algún abogado ha dicho que el auto es una vergüenza como auto en sí.
Yo eso no lo sé. Lo que sí sé es que los delitos que me atribuyen no son
solo mentira, sino denigrantes. Hay un cuerpo solo para ejercer la
violencia ‘legal’, para reprimir en nombre de la clase dominante, para
seguir perpetuando un sistema de clases. Hay que investigar esta
impunidad. Se escudan en que es su trabajo. Pero yo no culpo solo al que
me golpea, culpo al secretario del sindicato, el que dijo lo de leña y
punto, culpo a la delegada del Gobierno, Cristina Cifuentes, que viene a
decir que nos pegan para hacer cumplir la ley, y culpo al Ministerio
del Interior.
A: Es un entramado que
se retroalimenta, dicen ‘yo solo recibo órdenes’, y hay así una evasión
de responsabilidades. Si a nosotros nos han tratado así, imagina cómo
tratan a gente que no tiene nada ni a nadie detrás.
"Esto nos da más razones para seguir luchando"
G: Sé que no soy el primero ni seré el último, esto ha pasado antes y
con anteriores gobiernos, pero sí es cierto que en estos últimos diez
meses se nota claramente el crecimiento de la represión, con cargas,
multas e identificaciones.
A: Yo de hecho he dejado de llevar a mis hijas a las manifestaciones.
G: Creo, o espero al menos, que va a crecer la organización ciudadana
al margen de las instituciones. Yo no iba con intención de tomar el
Congreso, porque no iba a servir de nada. Iba para demostrar mi enfado,
sobre todo después de que hubieran imputado a varias personas por el
simple hecho de participar en una asamblea. El método no debe ser la
toma del poder, tiene que ir de abajo a arriba, a través de la cohesión
social y la organización.
A: La lucha
en los barrios debe seguir adelante, organizándonos, pero manifestarse y
salir a la calle también es importante y complementario. Yo tampoco iba
a tomar el Congreso, ni yo, ni nadie.
G: Ahora con la cabeza abierta y piedras que me han colocado en la mochila, ¿cómo me voy a quedar en casa?
A: Esto nos da más razones para seguir luchando. Si piensan que nos van a amedrantar, se equivocan.
El 29S
Ya en la noche de este sábado 29S, retomamos la conversación. Gabriel
no ha ido a la manifestación, pero la sigue a través de Internet:
-Esto es emocionante, hay más gente que el 25S. Pero estoy preocupado,
he visto que la policía ha puesto muchos problemas a los medios de
comunicación para trabajar y me temo que va a haber cargas otra vez. Lo
que demuestra este 29S es que no pueden callar a la gente. Y mira que se
empeñan, intentando criminalizar las protestas. Ahora dice la delegada
del Gobierno que iban a ir 500 radicales a la concentración. Digo yo que
si estás trabajando para que no haya radicales, no lo anuncias a bombo y
platillo, a no ser que la estrategia sea querer empañar la imagen del
25S o del 29S.